Aqui Vd. encontrará: pensamientos bastante pelotudos, pretendidas observaciones conductuales, reflexiones pobres, palabras robadas y más y más y más y más...
Ocurrió un miércoles alrededor de las siete y media de la mañana. Llegaba al trabajo en un día normal, un miércoles como cualquiera perdido en medio de la semana.
Había salido de su casa sin cruzarse con nadie. Al llegar a la esquina camino al subte debió esperar a que el semáforo le diera paso. Le gustaba esperar los semáforos aunque no vinieran autos, entonces se sentía un poco como bicho raro y ajeno a la masa ingente que se mueve histérica y compulsivamente por la ciudad.
Bajó las escaleras y tomó el primer tren que llegó, mas o menos como cualquier día. Mas lo inesperado ocurriría.
Cruzó la misma plaza de siempre, esquivó veredas rotas y personas sobre la callejuela angosta que recorría casi a diario. Ingresó al edificio.
Y fue justo cuando se aprestaba a subir al ascensor que lo inesperado ocurrió.
Casi no pudo articular palabra, ¿qué hacía ella ahí? ¿desde cuándo deambulaban por los mismos pasillos? ¿cómo no se había enterado? Hacía tanto que no la veía, años quizá... Cruzaron saludos, sonrisas, miradas. Y sin más, cada uno siguió su camino.
En el cubículo de acero no podía evitar sonreir y casi sonrojarse. No sabía si lo que había sucedido había ocurrido en verdad o se lo había imaginado. No importaba.
Algunas personas llenan de luz el mundo, pensó mientras acomodaba las cosas en el escritorio.
Cuál es la diferencia entre un remisero, un obrero, un profesor de facultad,
un cantante de rock, el que vende estampitas,
vivir en el campo, vivir en la ciudad,
si da lo mismo ser linyera que millonario,
robar toda la vida o salir a laburar,
ser lindo, ser feo,
ser bueno, ser malo,
lo importante es si supiste disfrutar.*
El otro día alguien dijo
“viste que la religión es un tema delicado…”, esa primera aclaración quedó
revoloteando en mi mente por unos instantes. Me distrajo y arrastró mi atención
de modo que no pude prestarle mucha atención a lo que siguió. La religión cae entre esos
temas que de chicos nos enseñan que no se deben tratar en la mesa -las normas
de protocolo y ceremonial también lo desaconsejan, como la política (la
menstruación y la constipación tampoco pero eso es por que podríamos invocar a
la imaginación de los comensales justo en el instante que se llevan comida a la
boca). Si pienso un poco me doy cuenta que nunca me quedó muy claro el por qué
de tanta delicadeza, pero eso puede tener que ver con mi escaso reconocimiento
de las normas sociales y de civilidad... La cuestión no es que haya
temas delicados, sino que somos intolerantes y no queremos convivir con
personas que piensan distinto (de compartir la mesa ni hablemos)… y si lo
hacemos, preferimos mantenernos ignorantes y asumir que el otro piensa igual. Qué me molesta si la
persona que tengo al lado quiere creer en Jesús o Mahoma, le gustan las
mujeres, los hombres o ambos, opina que el estado debe intervenir en la
economía o es un liberal acérrimo… que cada uno crea, piense y haga lo que más
le guste. Que cada uno sea feliz con sus creencias, sean las que fueren
mientras le sirvan para vivir en paz consigo mismo y el resto, por mí está
bien. Nos incomoda la posibilidad de cruzarnos con alguien que venga con ideas diferentes y resquebraje nuestra pequeña cajita de cristal; por eso optamos por la ignorancia y sin querer sembramos la semillita de la intolerancia... No no, no hay temas delicados. Los delicados somos nosotros.
*Escuchalo a Pity que sabe de lo que habla, "Religión" de Intoxicados: