No se daba cuenta mas no podía dejar de mirarla mientras esperaban que llegara el autobús. Cada tanto soltaban algún comentario y reían cómplices. No viajaba lejos pero no estaba segura de querer partir, dudaba seria. Había sido todo tan perfecto hasta entonces que temía quedarse y que dejara de serlo. Él no hubiera vacilado en pedirle que se quede y descontaba que todo seguiría siendo tan perfecto como hasta entonces. Pero no le dijo nada de eso. Se limitó a respetar su decisión. La quería y la respetaba –tal vez demasiado. La espera fue larga pero no les importó.
Finalmente, llegó el autobús. No estarían lejos, pero no sabían cuando se volverían a ver; eso hacía la caída del sol especial. ¿Sería ésta la última? Él olvidadizo e impredecible, ella libre e impuntual; prefirieron no hablar de la próxima vez y se ocuparon de la despedida.
Manos que se agitaban, miradas intensas, sonrisas amplias y besos que se soltaron al aire condensaron en escasos segundos las vivencias de los días que precedieron.
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